martes, 3 de julio de 2012

La Roja y el niño


Murcia, 11 de julio de 1994. Un calor histórico achicharra la imagen de un niño y su hermano mayor frente al televisor. Dos líneas recorren las mejillas del pequeño emborronando el rojo y el amarillo con los que 93 minutos antes se había embadurnado la cara a conciencia. No es sudor lo que marca esas líneas, es una expresión de incomprensión que le brota de los ojos. La pantalla muestra una figura dramática de cabeza afeitada que devuelve a la camiseta blanca que porta su color original. Para ello usa como pintura la sangre que brota incesantemente de su tabique nasal partido. Tassotti, ese nombre quedará grabado en la memoria del niño que no acierta a comprender, ni su hermanito le puede explicar, una imagen tan dramática. Así, no podía más que llorar tan sólo intuyendo los amargos sentimientos que expresaba aquel desconsolado dorsal número 21.

Berlín, 1 de julio de 2012. En esta ocasión una pantalla algo más grande muestra el minuto 87 de la gran final de la Eurocopa 2012 y la historia se ha hecho cargo de aquel calor. Las emborronadas líneas vuelven a dibujarse entre vítores en la lengua de Dante Alighieri y los italianos ganan por mayoría en este extraño bar de la capital alemana que intenta emular una playa. Otro niño, uno que muy probablemente también lloró junto al dorsal número 21, acaba de preferir asistir a un amigo, ofreciéndole la alegría de marcar en una gran final, antes que buscar su gloria personal. Al otro lado de la pantalla los azzurri, admirados, aplauden a pesar de que signifique el definitivo 4-0 en contra de su selección. En realidad lo que quieren es pasárselo bien. Junto a ellos, aquel niño no puede acompañarles. No puede cerrar la boca para disimular su admiración, todos los recuerdos vuelven. A lo largo de 18 años ha visto a las mágicas selecciones de Brasil, Francia o a la siempre fuerte Alemania, a la vez que aquella idea del drama español se había ido haciendo más fuerte en diferentes actos. Pero ahora esa que viste de rojo juega mejor que cualquiera de ellas... Sin codazos, sin sangre. Se frota los ojos, se pellizca la cara. Sí, es la suya. Es España. Las lágrimas vuelven empujadas por una palabra que crece dentro del pecho: orgullo. Concluyó el drama. Esto no fue una “Vendetta”, fue una venganza. Sin sangre pero con lágrimas. Pero esta vez eran la expresión del orgullo y, como tal, se mostraban a nuestros hermanos mediterráneos. Nunca una lágrima fue mejor bandera.

Gracias Roja, de parte de aquel niño.



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